sábado, 26 de enero de 2008

UCHURACCAY LA MASACRE SIGUE IMPUNE

Hace un cuarto de siglo el periodismo peruano sufrió la peor tragedia de su historia.

(1) Horas antes del horrendo crimen, un alto en el camino, imagen para la historia (2) De la Piniella y Sánchez, atendidos por pobladores amigables, antes de llegar a Uchuraccay.

DATO

Homenaje en Uchuraccay
Aunque heridas como la de Uchuraccay nunca cierran, los comuneros y los familiares de los mártires compartieron ayer una ceremonia recordatoria de las víctimas de la matanza, en la que fue inaugurado además el Camposanto del pueblo.

Eduardo de la Piniella, Pedro Sánchez y Félix Gavilán, del Diario Marka; Jorge Luis Mendívil y Willy Retto, de El Observador; Jorge Sedano, de La República; Amador García, de la revista Oiga, y Octavio Infante, de Noticias de Ayacucho, junto al guía Juan Argumedo, fueron asesinados ferozmente el 26 de enero de 1983. Un cuarto de siglo después, el crimen sigue sin esclarecer y las dudas persisten, junto a la certeza de que los mártires de Uchuraccay fueron víctimas de una guerra sucia que empezaba a despedazar al Perú. El terrible episodio es recordado en el siguiente texto –editado por LA PRIMERA-, tomado del libro “Historias de periodistas”, actualmente en preparación, del veterano hombre de prensa, maestro de periodismo e investigador Juan Gargurevich.

Las alturas de Huanta, incluida la comunidad de Uchuraccay, vivían días de furia, miedo y sangre, de matanzas de senderistas provocadas por los ataques de éstos contra los comuneros y azuzadas y aplaudidas por el gobierno, los militares y la prensa; cuando los ocho periodistas decidieron dejar la rutina de los hoteles de Huamanga y marchar en busca de algo más que los partes policiales y los datos siseados en los bares.

La semilla de la violencia había sido sembrada y los comuneros de Uchuraccay tenían vigías en los cerros que, premunidos de pitos, debían avisar si venían extraños. La consigna militar era: “Los amigos vienen por aire, los enemigos vienen a pie… a éstos hay que matarlos”.

Esos “extraños” resultaron ser los periodistas que subían trabajosamente hacia Uchuraccay esperando descansar un rato para luego seguir a Huaychao, el lugar de una reciente masacre de senderistas, donde esperaban confirmar varias informaciones.

Los periodistas estaban informados de que los feroces “Sinchis” de la policía hormigueaban en la zona, que Sendero anunciaba la guerra a los campesinos que habían matado a sus militantes, que la extrema tensión casi podía respirarse. Y a pesar de todo, decidieron el viaje.

No hay dudas de que esos magníficos periodistas se movilizaron por razones mayores, en busca de noticias más importantes que la constatación de la masacre de Huaychao.

Hay una hipótesis que parece verosímil: en Ayacucho hicieron contacto con militantes senderistas y viajaron a encontrar a sus jefes para hacer entrevistas.

Aparentemente tenían como contacto al guía Argumedo, a quien los comuneros de Uchuraccay reconocerían, se dijo, como antiguo senderista y que sería asesinado poco después de los periodistas.

Luego de conocer la matanza de presuntos senderistas en Huaychao, la comunidad de Uchuraccay entró en extrema tensión, temerosa de que en cualquier momento incursionaran las vengativas huestes senderistas.

Una versión relata que el 26 de enero en la tarde había una reunión en la casa de Fortunato Gavilán, el teniente gobernador. Las botellas volaban de boca en boca porque el día anterior habían celebrado un cumpleaños y el festejo tenía para rato.

“¡Ya están viniendo, los terroristas están viniendo!” gritó alguien y todos salieron corriendo hacia el cerro Wachwaqasa a atajar al grupo que se acercaba despacio, con las manos en alto, quizá agitando un trapo blanco.

El antropólogo Ponciano del Pino propone que la escena fue así: “Los acorralaron a los pocos minutos, mientras otros corrían persiguiendo al guía que los había dejado en la cumbre del pueblo. En actitud bélica, los campesinos portaban palos, hachas, piedras y lazos. Los periodistas estaban temblando. ‘No podían hablar’ es como recuerda uno de los campesinos que entrevisté. No había comunicación. Era un diálogo de sordos…”.

No escucharon a los que hablaban quechua, todos gritaban a la vez y finalmente les indicaron que bajaran hacia el pueblo… “una de las autoridades dudó y dio la orden de matarlos”.

Fue quizá una treintena de hombres y mujeres, adultos y jóvenes los que atacaron ferozmente a los periodistas con palos, piedras, hachazos, hasta hacerlos caer para rematarlos con crueldad.

Luego los desnudaron, robaron sus ropas y pertenencias y los enterraron superficialmente porque debían mostrarlos, como a los de Huaychao. Y volvieron a beber, dice esa versión, contentos de haber matado a los ocho “senderistas” y sin imaginar no sólo que habían cometido un terrible error, sino que habían asegurado su propia sentencia de muerte.

Porque en los próximos meses todos los verdugos de Uchuraccay serían asesinados, hasta un total de 137 de un población total de 400 comuneros. Repetimos: 137.

http://diariolaprimeraperu.com/online/noticia.php?IDnoticia=9481