-Hablábamos de Yupanqui, de los caminos que atravesaron su vida, concepto que él valoró mucho.
-Tiene varias canciones con caminos, Camino del Inca, es innegable, los caminos acercan, están y lo que uno hace es descubrirlos nada más.
-Y en esos caminos Atahualpa fue descubriendo su identidad.
-Atahualpa era muy lector, su casa era un reservorio de lecturas e imagino que para entonces se fue formando la idea de la desigualdad, él veía como se confrontaba lo que el quería, lo que era natural para él, con una sociedad arrasada por el egoísmo, no era un atavismo, era una necesidad para él, y por eso empezó a cantar, podía cantar lo que cantaban todos, pero prefirió hacer sus primeras canciones él y cantar denunciando.
-Y así se fue construyendo
-Indudablemente, están los testimonios de las canciones para certificarlo. Sería muy largo, y oportuno, hacer un estudio y seguimiento de las canciones, cómo van abonando, en la medida que él va creciendo, el hombre, el Atahualpa.
-Y este proceso se verifica en las canciones que va creando…
-Son un aporte para el pensamiento, tal es así que era gran amigo de Alfredo Varela, de Ghioldi, con ellos se sentaba a hablar. En momentos duros cuando tuvo que exiliarse, yendo a la parte oscura de Entre Ríos o a Santiago del Estero…
-Exilio interno.
-Exilio más o menos interno, ahora no podría darse así, pero entonces supo tener un rancho, en Sin caballo y en Montiel dice «a orillas de ese río tuve un rancho alguna vez», estaba cuidado por dos entrerrianos, ahí estuvo exiliado cuando lo apuraron, fue una de las cosas más emblemáticas que tiene. No habló nunca de sus exilios, cuando se pudo ir se fue a Europa, pero se fue a vivir lo que le deparaba el camino en otro país.
-Estos exilios fueron un aporte forzado a su proceso creativo.
-Sí, eso tiene que ver con su proceso creativo, París del 55 para adelante lo recibió con los brazos abiertos, porque era sincero en su decir, en su canciones y lo que hablaba era la verdad.
Tenia identidad, su identidad criolla y también su identidad de clase.
Conservó siempre su identidad de clase, no cambió nunca. Lo conocí, cuando yo tenía seis años…
-¿Dónde lo conociste?
-En un subsuelo de Av. de Mayo, con mi papá, mi mamá, eran maestros, y mis dos hermanitas, veníamos a pasar las vacaciones, soy de Formosa, después de transitar tres días por el Paraná, porque entonces existían los buques, el vapor de la carrera que iba hasta Paraguay y de vuelta venía hasta Buenos Aires. Hoy no existe y no te podés imaginar lo bello que era.
-Era recorrer caminos.
-Era como ver cristalizado un sueño, por que vos ibas flotando en el medio del Paraná e ibas mirando las ciudades, el campo, en esa época había yacarés y los veíamos como se acercaban…
Estamos hablando de un pibe de seis años que viene en ese viaje mágico a Buenos Aires y vive un momento mágico: encontrarse con Atahualpa.
-Y cómo fue ese momento, en que lo viste por primera vez…
-En la peña Mi Rancho, que estaba en un hotel, hasta hace unos diez años, no recuerdo como se llamaba, pero bajábamos a la izquierda, estaba atestado y mi papa pidió permiso, porque tenía entradas, nos sentamos y antes de escucharlo fuimos a saludarlo, todavía no estaba actuando. «Le vengo a presentar a mi hijo». «Buena astilla tiene que ser», dijo Atahualpa. Después nos vimos en distintas oportunidades. Aquí en Buenos Aires, siempre fue revelador, se sentaba conmigo a tomar un café interminable. No me daba cuenta de lo que pasaba; cuando murió mi papá él estaba en Europa, como a los tres o cuatro años viene, lo voy a ver y le digo: « Don Ata, mi papá se ha ido, me dejó encargado que lo saludara». Me abrazó diciendo: «Usted tiene con qué consolarse, tiene su guitarra».-Esa astilla a la que aludió Atahualpa era de buena madera en el arte y la cultura comunista como don Ata.
¿Qué es lo que hoy, pasados unos cuantos años, valorás de lo que aprendiste de Atahualpa?-A cantar siempre la verdad. Así me esté cayendo voy a cantar la verdad, porque en las arenas bailan los remolinos, la primera canción que hizo, y las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas, está todo ahí, todo resumido ahí, en su primera canción.
-Además del episodio artístico, de la pluma exquisita hay una calidad y contundencia conceptual relevante en la obra de Atahualpa.
-Para mi es el mejor poema de cuatro versos que le hizo a su caballo, «en la horqueta de un tala, hay un morral solitario, y hay un corral sin caballo, mi alazán te estoy nombrando», este verso es una barbaridad. Cómo lo pudo decir, cómo lo pudo hacer, lo tuvo que haber amado como se ama a un caballo.
-Si, el hablaba, justamente volviendo a los caminos, de esos caminos y esas noches con el cielo como techo, el silencio y el caballo atado del cabestro a la espuela, el caballo pastando y cada vez que se alejaba un poquito, tiraba de la espuela, él se despertaba y lo hacía volver. Se me ocurre que en esas noches, él analizaba la política y se definía como parte de un frente antifascista. Algo que es actual.
-Atahualpa sufrió cuando le hicieron bolsa la guitarra, la guitarra era hermosa y se la rompieron los fascistas. «Menudo trabajo para romperla así, a ella también le tocó, pero lo que querían era matarme a mi».
-Matarlo y callar una voz que hoy, a cien años de su natalicio, sigue totalmente viva…
-Viva no solamente en la canción folclórica, se ha trasladado al rock, al tango, a infinidad de modalidades que no registramos, porque es el más cantado. Y sería aun más cantado si tuviéramos un posibilidad cierta en un mundo no tan contradictorio como éste, una posibilidad de difusión de la canción folclórica.
Hay infinidad de artistas que no tienen la posibilidad de grabar, ni siquiera de actuar.
-¿Atahualpa…?
-Siempre fue Atahualpa un artista popular.
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