Amira Armenta
Este artículo es parte del primer capítulo del libro “En el patio de atrás”, de Amira Armenta que se puede adquirir por descarga o impreso en: http://www.lulu.com/content/1395479
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=62137
Por encima de cualquier ideología, el antiamericanismo del latinoamericano se ha transmitido de generación en generación, y se ha convertido, por eso, en algo casi visceral, casi genético. Lo llevamos en la sangre. Podemos ser de izquierda, de centro o de derecha, o declarado apolítico, ser burgués empresario capitalista, economista del Fondo Monetario Internacional, maestro de escuela, periodista, webmaster, intelectual, obrero, millonario o miserable, cualquier cosa, bastará con ser latinoamericano para que compartamos ese secular y confuso sentimientillo de aversión y resentimiento hacia el yanqui. De modo que en América Latina todo el mundo es – unos más otros menos – antiyanqui. Insisto, hasta los que trabajan con ellos, hasta los que creen honestamente en sus modelos y los copian, hasta quienes los envidian (casi todos nosotros) y a lo que más aspiran es a ser como ellos.
Muchos habrán oído alguna vez aquella frase que dijera al parecer un presidente mexicano, Porfirio Díaz, con la que los mexicanos bromean desde entonces, “pobre México tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”. Pues bien, fuera de bromas, esta frase sintetiza a la perfección la idea de ‘patio de atrás’ que Estados Unidos viene aplicando al resto del continente con excepción de Canadá. Es decir, la enorme región que se extiende desde el río Grande hasta la Patagonia. Todo lo que indiscriminadamente se encuentra al sur de los Estados Unidos. Los del patio de atrás somos los vecinos pobres, poco presentables, atrasados, maleducados, con los que el señor de la casa grande hace lo que se le antoja conveniente. El vecino rico se abrogó todos los derechos sobre nosotros, procurando mantenernos al alcance de su brazo.
Las relaciones de control-sometimiento que se generaron, afianzaron y desarrollaron entre las dos partes del hemisferio ahora parecen comenzar a resquebrajarse. En la base de esta ruptura, o quizás debería decir mejor, de lo que empieza a ser una amenaza de ruptura, podría verse lo que Estados Unidos llama la ‘ola rosada’, una nueva generación de gobiernos de izquierda deseosos de romper el cordón umbilical con la potencia del norte. Pero éste no es el único elemento importante en el intento de ruptura. Ya ha habido antes gobiernos claramente antiamericanos en el hemisferio. Ahí está todavía Cuba como ejemplo. Un resquebrajamiento de la hegemonía estadounidense en la región se explica también por el propio debilitamiento de EEUU como centro de poder en el mundo.
Estados Unidos no se encuentra, ni mucho menos, al borde del colapso, pero los últimos desarrollos de la historia lo han puesto –a pesar de su inmenso e incomparable bagaje militar- en una posición en picada. Estaríamos en el comienzo del declinamiento de un imperio. En esta posición, sin perder su hegemonía, EEUU podría permanecer durante mucho tiempo. El imperio romano duró siglos cayendo. Lo relevante para América Latina de esta situación, es que algunos gobiernos han decidido aprovechar las señales de debilidad de la potencia para dar algunos pasos, pequeños todavía pero importantes, por fuera de su órbita de control. Si el resto del mundo no duda en criticar a un EEUU hegemónico post 11 de septiembre, por qué no lo iba a hacer también Latinoamérica, un subcontinente que ha debido soportar durante tanto tiempo el unilateralismo de la famosa doctrina Monroe. Históricamente condenados al rol de repúblicas bananeras, si no se hace algo quedaremos condenados a fungir como países de servicio, ancianatos de lujo en Costa Rica, en Panamá, y cosas por el estilo.
Independientemente de lo que pase con ellos en los próximos años, los nuevos gobiernos de izquierda latinoamericanos en todas sus variantes representan hoy día el deseo de romper definitivamente con el esquema monroísta y experimentar con otros modelos. A pesar de que no hay muchas razones para creer que estos experimentos obtendrán los resultados esperados, partiendo nada más de lo mal que están las cosas, bien vale la pena intentarlo. Después de todos, también los latinoamericanos aspiran a que un día el sueño se pueda realizar en la propia casa.
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