Después de largo tiempo de negaciones, en la Casa Blanca no hubo más remedio que aceptar la realidad. No sólo un díscolo para la visión neomercantilista (mal llamada neoliberal) predominante, como Joseph Stiglitz, sino hasta un respetable hombre del stablishment como es Alan Greenspan, el ex presidente de la Reserva Federal (Fed) estadounidense, lo venían augurando, aunque con diferentes profundidades.
Desde estas mismas columnas se lo señaló en marzo de 2007. El economista brasilero Ricardo Amorim fue uno de los primeros en analizar la burbuja inmobiliaria estadounidense. En el camino se fueron produciendo hechos confirmatorios como los quebrantos de los bancos, incluyendo algunos de la magnitud del Citicorp y de Merrill Lynch, y la inviabilidad de repagos por parte de los deudores.
La propia Fed, ahora conducida por Ben Bernanke, ante la manifiesta realidad de los hechos debió dejar de lado su consuetudinaria política de ir subiendo las tasas de interés con criterio antiinflacionario. Por el contrario optó por revertir la tendencia y comenzar a disminuir las tasas tratando de inyectar mayor liquidez y alivianar, de ese modo, las dificultades del sistema financiero.
Desde otro lado, el ocho veces derrotado candidato presidencial estadounidense Lyndon LaRouche, en una video conferencia mundial que ofreciera el pasado jueves 17, rechazó toda política de estímulos financieros como los de generar mayor liquidez y pidió, lisa y llanamente, el salvataje estatal de deudores y acreedores hipotecarios. Curioso fue que le llegaron numerosas adhesiones desde legislaturas estaduales.
El octogenario LaRouche reclamó retomar las políticas aplicadas en los años 1930, tras la gran recesión iniciada en 1929, por el entonces presidente Franklin Delano Roosevelt. La política de Roosevelt fue una combinación de inversiones productivas, como la Administración del Valle de Tennessee, y gasto social como los cuatro millones de empleos adicionales creados.
Pero en verdad la recuperación definitiva de la economía estadounidense fue ayudada por la aparición de los diversos regímenes autoritarios europeos, en particular por el nazismo alemán, hecho que desembocó en la “II Guerra Mundial”. Una crisis de la que se salvaron muy pocos países, de los cuales el más importante fue la vieja China gobernada entonces por los nacionalistas del Kuo Ming Tang.
Claro que hoy también una de las preguntas es sobre si China podrá ser arrastrada o no por la crisis de los EUA. Las circunstancias de entonces fueron muy distintas y los que se salvaron fueron aquellos que aún se manejaban con el patrón plata al cual, precisamente, volvió Roosevelt durante su gestión. Hoy las condiciones de China para superar la crisis se basan en otros parámetros.
Este es un tema para ver, pero antes se trata de considerar hasta donde la inyección de 145.500 millones de dólares estadounidenses a los ciudadanos de ese país vía reducciones impositivas dará el efecto reactivador esperado. En principio ello parece un simplismo. La política de reducir impuestos fue un histórico caballito de batalla de G. W. Bush desde su carrera presidencial contra el hoy Premio Nobel Al Gore.
Sus resultados en ese terreno han sido catastróficos. El déficit fiscal del Tesoro de su país es el mayor del mundo y de su propia historia y el que crece más aceleradamente. No sólo por su política tributaria sino por otras cuestiones como las operaciones de policía imperial en Irak y Afganistán y sus 737 bases militares en todo el mundo. Algo parecido a lo que generó la caída del Imperio Romano a partir de los inicios del Siglo II.
Las cuentas públicas se sostienen con un imparable endeudamiento externo que tiene como principales financistas a Japón, China y Arabia Saudita, en ese orden. Todos ellos, como contrapartida, no sólo son grandes acreedores sino que además tienen descomunales reservas monetarias. En el caso de China las mismas están cerca de US$ 1,5 billones, para los que se está tratando de buscar mejores destinos.
La gestión de este Bush se caracterizó por desatar un hiperconsumo desenfrenado. Algo solo posible mediante el endeudamiento ilimitado como ya se mencionara. Dentro del esquema se desarrolló la muchas veces comentada “burbuja inmobiliaria” a la que se hizo referencia en la nota de marzo de 2007 referida. Las hipotecas no fueron sólo para compras de bienes sino para jolgorios varios.
Acá entonces cabe preguntarse si bajar los impuestos generará un revivir del consumo ahora en retroceso o si los deudores, cuando puedan, optaran por ir disminuyendo sus pasivos y salvar sus propiedades. Lo más creible es que suceda esto último por lo que es poco probable ver un freno a la recesión en marcha. En cambio puede incrementar la inflación y dar lugar a la estanflación que teme Stiglitz.
Además siempre hay que tomar en cuenta en la economía los aspectos psicológicos. No se trata de una ciencia exacta más allá del necesario uso de instrumentos matemáticos. Son muy interesantes los trabajos de los brasileros Percio Arida y André Lara Resende sobre la incidencia psicológica en la inflación; algo que sirvió de base para la instrumentación en la Argentina del “Plan Austral” en 1985.
Si en una buena proporción de los habitantes de los EUA se ha instalado el temor al endeudamiento será muy difícil que por arte de birle y birloque ese miedo desaparezca. Por lo tanto el poco dinero que se les añade a sus presupuestos por vía de la desgravación impositiva es poco probable que sea utilizado para asumir nuevas cuotas crediticias sino más bien para cancelar las preexistentes.
En cuanto al resto del mundo es difícil imaginar que no sufrirá las consecuencias aunque no de manera simétrica. China desde hace tiempo que está tratando, infructuosamente, de poner un límite a su crecimiento. Una disminución de las importaciones estadounidenses seguramente lo va a lograr y, quizá, hasta más de lo buscado, pero es poco probable que deje de crecer.
China, como la India, en los últimos lustros, han incorporado varios cientos de millones de campesinos a la producción industrial (sobre todo China) y de servicios (básicamente India). Esos millones son los que han impulsado, más fuertemente que ningún otro, la gran demanda de commodities agroalimentarias que han hecho subir fuertemente los precios de ellas y, en consecuencia, apuntalaron a sus productores.
Por lo demás, aún con un retroceso consumista, EUA no podrá, seguramente, dejar de lado sus importaciones de las que es muy dependiente. Es poco probable que los hamburgueseros, entre muchísimos más, dejen de tener sus call-centers en la India para sumar personal local mucho más costoso. Es poco probable que las grandes empresas transnacionalizadas vuelvan a concentrar allí su producción.
La mayoría coincide en que será difícil eludir la crisis en algún lugar del planeta, pero también hay coincidencias generalizadas, en que los efectos serán asimétricos. Después de décadas de ser las víctimas de un proceso de empobrecimiento producto del deterioro de sus términos de intercambio, en el idioma de Raúl Prebisch, pareciera que los productores de commodities agroalimentarios y energéticos no la pasarán tan mal.
Fernando Del Corro
De la redacción de MERCOSUR Noticias. Periodista, historiador y docente en la Facultad de Ciencias Económicas (FCE) de la Universidad de Buenos Aires.
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